No son los rostros, ni los
acontecimientos, ni las acciones, ni las cosas. Es la profundidad de un
rostro, de un acontecimiento y de un acto lo que puede llegar a
transfigurar nuestras vidas. Es cuestión de una mirada que se va
ahondando, una mirada que se nos regala y que a la vez la vamos
aprendiendo con paciencia.