martes, 23 de septiembre de 2014

Padre Piucho

Piucho Querido!!!! Hermano y compañero de rutaaa!!! 
Feliz diiia Padreeee!!!! 
 Gracias por aguantarme y sostenerme en cada caida, 
Gracias por tu entrega, tu servicio y sobre todo por tu INCONDICIONAL SI AL PADRE! 
Te pido que sigas rogando a Dios por nosotros, para que podas seguir tu ejemplo de oración y penitencia. 
Dios mediante, nos encontraremos pronto! 
Abrazos eternos Mi Hermano, Mi Padre del alma!!!!!!! 

lunes, 15 de septiembre de 2014

Stabat Mater Dolorosa

Ahora sé que elegí bien la palabra: «Esclava, esclava». Pude decir sencillamente: «Dile que sí, que estoy de acuerdo». O responder: «El sabe que estoy a sus órdenes». O preguntar: «¿Acaso Dios tiene que pedirme a mí permiso?» Pero dije: «He aquí la esclava», sin comprender hasta qué punto me convertía en lo que estaba diciendo, en alguien a quien arrastrarán siempre con los ojos cerrados por túneles oscuros que jamás entenderá. Conducida del gozo al dolor, del dolor al espanto, del espanto a este vacío de ahora en el que mi corazón es un lagar molido, un cesto de cenizas, una cadena de muertes. Si sabías que esto acabaría así, ¿por qué elegiste una madre? ¿Por qué no naciste como el pedernal, en la montaña, en lugar de entrar en el pobre seno de una mujer que no podría soportar tanta desgarradura?

Todas las madres dicen: «Los hijos son difíciles de entender, crecen, crecen; tu crees saber hasta la más mínima de las arruguitas de su cara. Y un día descubres que han crecido tan desmesuradamente que no acabas de creerte que un día han estado dentro de ti. Pero tú… Es como si hubiera engendrado un gigante, parido una montaña, albergado dentro todas las cordilleras del universo entero. Siempre supe que me desbordarías. Cada vez que en tu vida quise descender al fondo de tus ojos entendí que me perdía por los vericuetos de tu alma. Tú eras, desde luego, un hombre. Yo lo sabía como nadie. Pero también más, también un vértigo a cuya orilla yo no podía ni asomarme. Crecías, crecías, como si tuvieras que vivir muchos años dentro de cada uno de los tuyos, como si te sobrase alma y la pobre piel que la ceñía fuera a estallar en cada hora. Y Yo, cuando te abrazaba ¿cómo podía abrazarte? Me dolías de tanto como te olía el alma a vida y a muerte.

Que vendría el dolor, lo supe siempre. Bien me lo dijo Simeón antes de que Tú aprendieses a andar. Pero que el dolor fuese esto, no pude ni sospecharlo: oír el gotear de tu sangre, de «Nuestra» sangre, cayendo sobre el silencio de esta hora, sonando cada gota con más crueldad que los mismos martillazos. Se clava en mí el retumbar de cada gota, como un clavo que me penetra dentro, dentro, dentro, más dentro, allí donde el alma está en carne viva. ¡Ah, tus manos! Yo las vi gordezuelas, buscando mi pecho, enredando en mi pelo, besadas, mordisqueadas por mí, rubias de trigo nuevo, tendidas para acariciar mi rostro, partiendo el pan por mí amasado. ¿Y estaba preparándolas yo para ese hermano clavo que acabaría poseyéndolas, destrozándolas, desgarrándolas como abrías Tú el pan?

Hijo, hijo, perdóname, perdóname por seguir viva cuando Tú estás muriendo, Perdóname por no saber decirte nada en esta hora, por no saber ni orar, por tener el alma como el desierto de los desiertos, por no saber ni estar contigo, por no tener en esta hora otro oficio que el de estar cansada y decirte: hijo, hijo, hijo. He entrado en el túnel de Dios. Y está oscuro. A los dos nos ha abandonado. Y ni siquiera nos ha abandonado juntos. Encerrado cada uno en su abandono como en un «bunker» de piedra, en dos vacíos gemelos pero separados.


Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan profunda. Ni una sola ventana con luz en el alma. Sólo creer, creer, apretar los puños del alma, esperar, agarrarte a los barrotes de tu cárcel, entrar en las entrañas de la oscuridad. Sin ángeles, sin voces de lo alto. Sólo la noche y el seguir escuchando el golpear feroz de los martillazos como látigos. Y el galopar de la muerte que se acerca. Y ojalá fueran, al menos, dos muertes las que se acercan.

«Dios te salve, María, dijo el ángel. ¿Salvarme? ¿No es acaso ahora cuando tendría que salvarme y salvarte? ¿Llena de gracia quería decir llena de dolor y de muertes? ¿La gracia es esta espada que nos pulveriza? Gabriel, Gabriel, ¿dónde te has metido? Y si al menos ahora viviera José… Ah, José, amor mío, ¡qué daría yo ahora por tenerte junto a mí y reclinar mi cabeza en tu hombro! En la noche no hay nada. Sólo la noche. Y la certeza de que el sol vendrá mañana. Pero, ¿cuántos siglos faltan para mañana? Dímelo, hijo, respóndeme: ¿Es que siempre hay que salvar con sangre? ¿tan hondos son los pecados de los hombres que sólo pueden borrarse con manos y frente desgarradas?

Yo acaricié tantas veces tu frente cuando, de niño, tenías fiebre. Pero las espinas, no, nunca pude imaginarlas. Salíamos al campo, corrías, jugabas con las zarzas. «No vayas a pincharte» Y reías, reías. Yo te veía crecer siempre con miedo. Ah, poder encerrarte para siempre en la infancia, retenerte, disfrutarte. ¿Por qué crecen los hombres, a dónde van, qué prisa tienen? ¿Qué les lleva a la muerte? ¿Una misión será más fuerte que la vida? Tu corazón estuvo siempre tirado, arrastrado por invisibles caballos, como por un hilo que te sujetara desde la eternidad. Tenías que salvar. Como si todas las otras vidas fuesen más importantes que la tuya. Te veo yéndote, como si fuera un pecado cada hora dedicada a ser feliz. «Si el grano no muere, es infecundo», decías. Y tenías que subirte a la cruz, como un suicida, como un amante, enterrándote, sin que entendieran tu entrega ni tus propios apóstoles. Esos pobres que han acabado fallándote. ¿Es que no lo supiste desde siempre? Veo el rostro de Judas, ese muchacho asustado que parecía temblar cada vez que oía la palabra «amor». Me habría gustado ser su madre. Tal vez, entonces… Cuánto le quise y le temí.


Escuchaba tus palabras no como quien las bebe, sino como quien las cuenta, como quien las numera con el alma retorcida. Y ahora, ¿dónde está? ¿dónde estás, Judas, hermano mío, hijo mío? Tu aullido es la gran sombra de esta tarde, un viento helado, una noche de invierno, una sed imposible. Hiel y vinagre suben por mi boca. Y Tú, pequeño mío, ¿por qué agitas ahora la cabeza? ¿qué nube de murciélagos quieres espantar de tu mente? No, no tengas miedo: el Padre tiene que estar orgulloso de ti, como ,o está tu madre. Has cumplido, has cumplido y El lo sabe, aunque esconda su rostro. Yo sé y Él sabe que has sido un valiente, digno de ser lo que eres: mi hijo y mi Dios. Ese Dios diminuto cuyo cuerpo lavé yo tantas veces, cuyas manos creadoras y pequeñitas cabían en las mías. Me quedaba mirándote y pensando: No es posible, no es posible que «esto» sea Dios; y tu boquita me hacía daño al mamar. Ea, ea, mi Dios. Aquella leche iba volviéndose sangre de Dios, la misma que ahora derramas.

¡Pero dejadle morir al menos! Muere por vosotros, ¿no lo entendéis? Un hombre puede ser redimido mientras se carcajea de su Redentor. La Humanidad es ciega. Ceguera. Un océano de ceguera nos rodea. ¡Si al menos supieran a Quien están matando! Tú jugabas a mi lado como los demás niños. Y nadie sospechaba. Como ahora. Si hubieran sabido con Quien jugaron, a Quien crucifican, morirían de espanto. Mejor que ni siquiera lo imaginen, pobres, pobres hombres. Pero yo no puedo permitirme el lujo de estar ciega. Yo sé. Yo mido el volcán sobre el que caminamos, el vértigo de Dios, la página que gira el Universo.

¿Te duele, niño mío? ¡Ah, si al menos volvieras hacia mí esos tus ojos misericordiosos! Pero lo entiendo: ahora estás redimiendo. ¿Qué tiempo podría sobrarte para sentimentalismos? No, no tengo yo derecho a robar a los hombres ni una sola esquirla de tu muerte. Aunque también mueres por mí. También yo necesito de su sangre. Me redimes con la que te presté. ¿Y ahora? ¿No es demasiado, hijo, lo que me estás pidiendo? ¿Habiendo sido madre tuya, cómo podría serlo de tus asesinos? Pero si fui esclava una vez, seguiré siéndolo. Que entren, que entren en mi seno. Se ha desgarrado tanto en esta hora, que ya me caben todos.

Y Tú, descansa hijo. Deja caer de una vez tu cabeza. Y descansa en la muerte. Ella no te hará daño. No podrá vencerte. Cruzará por tus venas, triturará tu sangre, pero Tú tienes tanta vida en ti que ella no durará mucho sobre tus dominios y se irá, derrotada, asombrada de haber podido estar alguna vez sobre su Dios. Y yo cuidaré tu cuerpo. Iré quitándole una a una las espinas, besándote las llagas, cerrando tus ojos, aunque al hacerlo el universo se oscurezca. ¡Ah, si pudiera volver a llevarte dentro, ah, si pudiera parirte otra vez y no sólo tenerte derrumbado sobre mis pobres brazos! Descansa, hijo. Y vuelve, vuelve pronto. Y si puedes, regresa con todas tus heridas, para que ni yo ni nadie lo olvidemos, tanto amor, tanto amor. Vuelve con todas tus sangrientas condecoraciones, hermano nuestro, hijo mío, mi Dios.

José Luis Martín Descalzo
Publicado en ABC, 1988. 


domingo, 14 de septiembre de 2014

Lo que NO dijiste

• Dijiste que podía hacer mis sueños realidad. Pero no dijiste que sólo querías que hiciera realidad lo que tu deseabas para mi. 


• Dijiste que luchara por mis ideales. Pero no dijiste que – sólo – si también eran tuyos. 


• Dijiste que creciera. Pero no dijiste que lo hiciera bajo tus propios límites. 


• Dijiste que me escucharías. No dijiste que solamente si decía lo que querías escuchar. 


• Dijiste que podía contar con vos, que todo lo hacías por mi. No dijiste que en realidad lo hacías por vos mismo, para sentirte bueno y bondadoso, y excelente en tu trabajo y vida. 


• Dijiste que te sentías orgullosa de mi. No dijiste que tan sólo estabas orgulloso de mis logros. No conoces quien soy, por lo tanto no podes enorgullecerte de lo que no conoces. 


• Dijiste que podía volar. No dijiste que bajo tus propias fronteras. 


• Dijiste que debía seguir mi corazón, sin importar lo que la sociedad comentara. No dijiste que vos no te considerabas parte de la sociedad. 


• Dijiste que fuera yo misma. No dijiste que sólo si te agradaba quien yo era.


• Dijiste que siguiera mi propio camino. No dijiste que debía ser de tu aprobación. 


• Dijiste que expresara mis ideas y opiniones. No dijiste que las juzgarías si no eran de tu agrado. 


• Dijiste que no mentirías, que siempre hablarías con la verdad. No dijiste que únicamente si esta te convenía.


• Dijiste muchas cosas incluso las mas dolorosas... Omitiste muchas verdades...  
El amor no se gana, se otorga.... Lo que seguramente nunca poseeras será mi confianza. Pues esta se gana con tiempo, comprensión y sinceridad. Y vos no sos digno de mi confianza. No confiaste en mi y ahora yo no logro confiar en ti. 

 Todo esto es lo que no dijiste - o tal vez – lo que yo no quise escuchar… 

 Duele amar, cuando tus pensamientos se quedan colgando de la nada aguardando por un pretexto, cuando tus sueños son solo sueños huyendo de la realidad. Duele amar, cuando la ilusión que has sembrado por error se ha marchitado, cuando el corazón no ha sabido olvidar y el tiempo no ha sido capaz de curar esas heridas que el alma no pudo evitar.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Tarde te ame Dios mio!

“Tarde te amé, Dios mío, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé.
 
Tú estabas dentro de mí y yo afuera y así por fuera te buscaba y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste.
 
Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo.
 
Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de Ti y ahora siento hambre y sed de Ti.
 
¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí!
 
Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico y yo estoy enfermo;
 
Tú eres misericordioso y yo soy miserable.
 
Toda mi esperanza estriba en tu muy grande misericordia.
 
Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”.

SAN AGUSTIN 

Para esos dias....


Tal vez hoy sea uno de esos....

lunes, 1 de septiembre de 2014

A mis Amigos



 A mis amigos les adeudo la ternura y las palabra de aliento y el abrazo, el
compartir con ellos la factura, que nos presenta la vida paso a paso,

A mis amigos les adeudo la paciencia de tolerar mis espinas más agudas, los
arrebatos del amor, la negligencia, las vanidades, los temores y las dudas.

Un barco frágil de papel, parece a veces la amistad pero jamás puede con él,
la más violenta tempestad porque ese barco de papel tiene aferrado a su timón
por capitán y timonel: un corazón...

A mis amigos les adeudo los enfados que perturbaron sin querer nuestra
armonía, sabemos todos que no puede ser pecado el discutir alguna vez por tonterías.

A mis amigos dejaré cuando me muera mi devodión en un acorde de guitarra, y
entre los versos olvidados de un poema, mi pobre alma incorregible de cigarra.

Amigo mío si esta copla como el viento, adonde quiera muchas veces te
reclama, serás plural porque lo exige el sentimiento cuando se llevan los amigos en
el alma.


Autor: Alberto Cortez 
 

LA PUCHA QUE VALE LA PENA TENER AMIGOS!!!. GRACIAS POR ACOMPAÑARME Y HACER QUE MI VIDA SEA UN POCO MAS LIVIANA!!! GRACIAS A CADA UNO, HOY, SOBRE TODO HOY QUE SABEN QUE SE PUSO DIFICIL EL ANDAR. 
LOS, INFINITAMENTE, QUIERO.

Paciencia y Esperanza



"Sin esperanza es imposible tener paciencia, porque nadie espera lo imposible y la esperanza más hermosa es la que nace en situaciones más desesperantes.  La impaciencia, con la que quieren alcanzarlo todo hoy, es la que te hace perder la oportunidad de alcanzarlo mañana."